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La PerdizLa PerdizLa PerdizLa Perdiz
Vayamos por partes. La sidrería moja con escanciados y pintas fritos de pixín, pulpo a la gallega, chipirones y mejillones a las diversas formas, croquetas caseras de ibéricos, muslitos de pollo al refrito de manzana, lacón con cachelos, tortos con picadillo al cabrales, cecina con virutas de pría y otros tapeos exigentes, mientras los menús del día reparan fuerzas y complacen plenamente los buenos apetitos del ecuador laboral. O los relajados apetitos del festivo ‘hoy no cocinamos’. Y hay opciones para elegir.

En el comedor reposado y peripuesto, la carta ofrece una larga lista de opciones que pueden resumirse en pescados cantábricos sin mácula, mariscos cantábricos sin mácula y carnes asturianas y castellanas sin mácula.

Los mariscos, con ejemplares de lozanía, viveza y tamaño desusados, retozan en la cetárea de la entrada y el amante de la plancha o la parrilla tendrá difícil la decisión; por su parte los pescados, guarnecidos de cremosas e intensas patatas panaderas, sólo precisan un horno o una espalda que apenas desvirtúe su frescura marinera. Respecto al vacuno, el poco hecho casa adecuadamente con el leve tostado exterior, el rojo encendido interior y la limpieza sápida inicial y final.

Claro que cuando en la cocina suman fuerzas y unen técnicas tres cocineros de edades e influencias dispares, además de un rey al horno impar, o de un cogote de merluza sin desperdicio, o de unos salmonetes de roca deslumbrantes, o de clásicos amables e imprescindibles, y véanse el arroz meloso con almejas y langostinos, el arroz negro, el arroz con vieiras y jamón ibérico, el arroz con bugre y las parrilladas y calderetas según gusto, además –repetimos–pueden presentar sin merma de mérito unos lomos de merluza al aroma de manzana, un filete de rodaballo con refrito de langostinos, una ensalada de pixín e ibérico a la salsa de yogur, un albardado de solomillo al gratín o un magret de pato con salsa de arándanos.

Clasicismo, pues, por rasero, que domina tanto el margen asturiano de la sencillez atenta a la impecable materia prima, como los salseados, glaseados, aditamentos y composiciones de la cocina internacional.

Y nos queda la parrilla, galería acristalada rodeada de jardín y juegos infantiles que bajo la pericia de Óscar Ferrero y el continuo vaivén de maderas, incandescencias, embutidos y cortes pamperos pasados por el gusto lariego aseguran la caída en la plena y abundosa tentación de la carne: entrecot, churrasco, chuletón, solomillo, cabrito, chuletinas de lechal, matachana y, dilatando lo rico, queso firme de corazón fundente, mollejas con punto de brasa, riñones de gracia provenzal. Placeres que, tras la forja parrillera, prolonga el cercado de los corderos a la estaca con su hogar central, su calor constante y sus cuartos plantados en lento y jugoso devenir.

En fin, existe un sitio para cada personalidad y circunstancia, y con Javier Méndez recuperando y promoviendo una referencia tan entrañable no hay margen de riesgo: nuevamente retorna La Perdiz a su mejor momento


       



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